Hoy,
con más de ochenta años sobre mi osamenta, vuelvo a Lebu. Salí siendo joven a la
pesca de la reineta y la misma galerna que me hizo naufragar, me arrastró allá
donde el cachalote gigante, a Isla Mocha. Allí, amnésico, viví décadas. Al volver,
encuentro mi nombre en una lápida del cementerio simbólico, en una tumba vacía.
Los honrados en ese cementerio, al contrario que los sepultados en el común,
son siempre esperados, nunca serán definitivamente dados por muertos, serán
siempre tenidos por vivos. Así, la única forma que tengo para no morir nunca,
para ser inmortal ante vosotros, para mantener eternamente viva la esperanza de
que algún día volveré a cruzar vuestra puerta, es permanecer en el limbo de los
que tenemos una tumba en este cementerio sin difuntos. Por eso me vuelvo sin
ver a nadie, sin saber si estaréis ya todos en el cementerio o si aún me
esperáis.
Jon Vijecnica
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